Cómo no le van a querer

El suceso tendrá un lugar en la posteridad por heroico, inexplicable, paranormal o sobrenatural. O no tanto si hablamos del Madrid, catorce veces campeón de Europa en 67 ediciones (una de cada cinco) y en seis décadas distintas. Una leyenda imperecedera. Un vencedor del primer al último día en una competición de la que se siente fundador y protector. Un yonki del triunfo que no ganó ninguna de sus copas por juntar una gran generación, que también, sino que educó a cada generación, independientemente de su calidad, en la victoria: Di Stéfano, los yeyés, los Garcías, las quintas del Buitre y de los Ferraris y la larga saga que arrancó en Cristiano y heredó Benzema. Futbolistas distintos con idéntica exigencia. En París liquidó al Liverpool, el último rascacielos, con un portero para la leyenda, Courtois, y con un alborotador irreductible, Vinicius. Solo le faltó el Bayern para alzar la copa de cinco puntas. Con cuatro, será la más valiosa de siempre. El mérito de este equipo es que su fe estuvo incluso por encima de la de su afición, que ya es decir.

El partido vino de nalgas. Un disparate de organización provocó el colapso total en la zona de acceso de los aficionados del Liverpool y hubo que retrasar el comienzo más de media hora. La UEFA debe una explicación. Eso obligó a un doble calentamiento de los equipos y enfrió a la grada. La final merecía otra cosa.

Frío también empezó el Madrid, atrapado en esa presión a todo volumen del Liverpool, un equipo que aprovecha todo el tiempo y todo el campo. No se da un respiro. Lo esperaba el grupo de Ancelotti, cuyo primer mensaje en el partido fue buscar en largo a Vinicius y Valverde, la navaja suiza del equipo. Un juego de azar que exige precisión extrema. Lo cierto es que no coló ni lo uno ni lo otro: el Madrid no incurrió en pérdidas fatales, el Liverpool negó todos los esprints de los extremos blancos con un Konaté excelente como factor de corrección. Él fue el verdadero centinela de Vinicius.

Muralla belga

Todo hasta que el Liverpool decidió ir un paso por delante, se echó la pelota la espalda y se lanzó al abordaje. En cinco minutos obligó a cuatro paradas de Courtois, dos de ellas excepcionales, en remates a quemarropa de Salah y Mané. El de este tocó guante y palo. Era la noche del belga. Ahí supo el equipo blanco que los reds están hechos de titanio: resistentes pero ligeros.

El Madrid se vio inmerso en la dinámica perversa del Parque de los Príncipes y del Etihad. Nadie ha derrapado tanto en esta Champions, aunque siempre acabara volviendo a pista. Su única misión, muy menor, en ese tramo fue guarecerse. La cosa iba de amainar más que de replicar ante la ceja alzada de Ancelotti, de bajarle el volumen al partido porque el ritmo que proponía el Liverpool estaba fuera del alcance de Modric y Kroos. Eso sí lo consiguió. Pasada la media hora ese fuego del Liverpool parecía medio extinguido, aunque no era capaz de cerrar la hemorragia de un impecable Alexander-Arnold, lateral de asalto en toda regla.

El atestado de la primera mitad hablaba de un Courtois heroico y de un Alisson inédito, un escenario muy adverso para el Madrid sin traducción en el marcador. El equipo seguía a flote por la aplicación de su cuarteto defensivo: poderosos sus laterales, atentísimos Alaba y Militao. Y en esas llegó una de esas jugadas CSI. Benzema se vio solo ante Alisson, que le cerró, pifió el pase atrás, llegó Valverde, fue al corte Fabinho, tocó la pelota el brasileño con una rodilla a ras de suelo y el balón volvió al francés, que marcó en posición ilegal. Cuatro minutos tardó el VAR en determinar si fue rebote, que invalidaba el tanto, o despeje de Fabinho, que lo legalizaba. Desde la cabina sacaron bandera roja. También hubiera sido aceptable la blanca. El debate sobre el gol anulado durará tiempo. La afición del Madrid clamó contra Ceferin, que ha tenido días mejores.

Sufrir es ganar

La conmoción no cambió el partido. Al Liverpool siguió acompañándole la fuerza y al Madrid, Courtois. Lo natural era el gol inglés y lo sobrenatural, lo que sucedió, lo que ha sucedido en toda esta Champions de los milagros. Modric salvó la primera presión del Liverpool, la pelota llegó a Valverde, trazó una diagonal y su pase fuerte lo empujó a la red Vinicius. Ese es el talón de aquiles de Alexander-Arnold: a su espalda pasan demasiadas cosas. Un gol en medio de la nada. En eso también es inigualable el Madrid. No le den una bala.

Tras los abrazos llegaban las espinas, el sufrimiento extremo. No se gana una Champions sin pasar un mal rato. El Madrid ha guardado suficientes para las próximas cinco ediciones. Courtois le salvó dos zurdazos a Salah, la RAF bombardeó el área blanca, a Casemiro se le fue una ocasión tremenda por falta de tacto en su pie izquierdo, Klopp vació el cargador de los cambios (Diogo Jota, Keita, Firmino…), Ceballos perdió la ocasión de entrar en la historia en el descuento… Eso sí era la final, con el Madrid acampado en su área, pero alerta en las salidas. Un ejercicio de resistencia que le llevó a la Decimocuarta agarrado a un portero excepcional, a un entrenador incomparable que ya tiene más Champions que nadie y a un equipo protegido, a partes iguales, por su espíritu y por las hadas para escribir la gesta de las gestas.

Cambios

Diogo Jota (64′, Luis Díaz), Naby Keita (76′, Henderson), Roberto Firmino (76′, Thiago), Camavinga (84′, Federico Valverde), Dani Ceballos (89′, Modric), Rodrygo (92′, Vinicius Junior)

Goles

0-1, 58′: Vinicius Junior

Tarjetas

Arbitro: Clément Turpin
Arbitro VAR: Jerome Brisard
Fabinho (61′,Amarilla

Fuente: AS