El exministro de Salud y hoy candidato presidencial, Alejandro Gaviria, trinó recientemente que ya era hora de decirle adiós al tapabocas, por lo menos cuando se esté al aire libre, y le propuso al Gobierno que eliminara su uso obligatorio. En estos momentos, dijo el candidato, “el tapabocas es ya un costo innecesario para la gente y el medio ambiente”.
El presidente Duque desde su gira europea (la tercera en seis meses) reviró, sin tapabocas, ante un salón cerrado lleno de periodistas, muchos también sin tapabocas, y afirmó que eso no era posible por el momento y que solo lo consideraría cuando la OMS le diera un guiño para levantar la medida.
O sea que seguimos en las mismas, aún cuando el pico -muy probablemente el último de la pandemia- ya está cediendo y cuando los países europeos, los mismos donde el Presidente parece sentirse muy amañado, ya levantaron su obligatoriedad en espacios abiertos.
Es obvio que hay que creerle a la ciencia. Las vacunas son seguras, funcionan y salvan vidas; el que crea lo contrario es un idiota. Las restricciones draconianas a la movilidad quizás se justificaron cuando poco se sabía sobre el virus y el sistema de salud no estaba preparado para afrontar un desafío epidemiológico de estas dimensiones, pero ya no. Las aglomeraciones en momentos de alta circulación del patógeno no son recomendables, las personas vulnerables deben cuidarse y en los recintos cerrados el uso del tapabocas es prudente.
Pero hasta ahí. Lo demás en estos momentos es una exageración y una torpeza. Genera costos innecesarios a la población y afecta la recuperación de la economía. ¿Habrá algo más inútil que la famosa Coronapp? Es, como dijo Carlos Cortés de La Silla Vacía, una “aplicación zombi” que nunca sirvió como herramienta de rastreo de contagios y nunca tuvo conexión operativa con las autoridades de salud.
¿Y qué decir del CheckMig, el tortuoso y chambón registro que debe ser llenado por los viajeros internacionales para ingresar al país, donde le preguntan al usuario datos inútiles, como, por ejemplo, qué ocupación tiene? ¿No tienen ya las aerolíneas todos los datos que necesitan de sus pasajeros o, por lo menos, todos los datos que necesitan para ubicar a terroristas o narcotraficantes potenciales? ¿No serán estos datos suficientes para ubicar un paciente con covid?
La vida cotidiana sigue plagada de micro restricciones que no tienen utilidad ni propósito alguno. Tarros de gel por todas partes, alfombras desinfectantes, termómetros, limitaciones a los aforos. En el aeropuerto El Dorado, por ejemplo, les dio por prohibir el acceso solamente a los pasajeros con pasabordo, medida que uno sospecha tiene más que ver con la comodidad administrativa de los operadores que con imperativos sanitarios.
El Gobierno se echa flores sobre la forma como ha manejado el covid. Digamos que lo ha hecho tan bien (o tan mal) como los demás; nadie tenía el manual de manejo de pandemias actualizado. Seguir insistiendo en medidas y protocolos inútiles puede desdibujar una de las pocas cosas que le quedarán para la historia.
Fuente: La Republica