En ‘Ciudad Espada: Alucinación en el Valle de Upar’ el realismo no es mágico, sino delirante. Por eso la confusión deambula por el callejón de Los Magolos y el amor conduce a una borrachera frenética. Walter K lee un libro cuyas páginas están en blanco, el juez masón es el viejo abogado Coppelius y Dalila Daza es la muñeca sin vida de Olimpia. La poesía, la sátira y el humor se confunden con la locura. Se describe a una Valledupar de cofradías y reliquias misteriosas, una ciudad de aventuras irracionales.
Pedro Olivella Solano se aleja de Cien años de soledad para acercarse a Don Quijote de la Mancha, El club de la pelea y Opio en las nubes. Más que utilizar la magia o la fantasía como recurso literario, echa mano del delirio. Narra su novela a través de realidades alternativas y perturbaciones mentales. Convierte a los espejismos y a la Sierra Nevada en artefactos deslumbrantes. La Biblioteca Subterránea es un refugio para los eruditos que pierden la razón, el diablo es un jaguar envenenado que le hace favores a los curas y la Diosa Coronada no es una canción vallenata, sino un vals.
Según has expresado en otras entrevistas, Ciudad Espada era un mamotreto de cuatrocientas páginas. ¿Fue difícil alcanzar un lenguaje directo y limpio sin alejarse mucho de la poesía?
Fue difícil. En esta experiencia de creación sufrí, pero aprendí mucho. La narrativa exige técnicas que se pueden ignorar en la poesía, en la cual me sentía muy cómodo. Para darle forma a la novela volví a leer algunas obras maestras de la brevedad como ‘El Viejo y el Mar’, ‘El Padre Sergio’, ‘El Coronel no tiene quien le escriba’. Yo había escrito con ímpetu un mamotreto con un universo sin bordes y con muchos personajes dispersos. Me tocó, hasta donde pude, podar las sombras. Parodiando a García Márquez, pensé que si Cien Años de Soledad era un canto vallenato de 400 páginas, mi novela tenía que ser un verso de 4 palabras.
¿El protagonista y narrador de esta novela es tu alter ego?
No, y no hay ninguna razón para que deba serlo. Esa fue otra enseñanza, en poesía por lo general el poeta habla desde su propia voz; en narrativa los personajes no tienen por qué ser la voz del autor.
A quienes conocemos el mundillo cultural de Valledupar nos resulta fácil identificar a los personajes principales de Ciudad Espada. ¿Este libro hace honor a los amigos y a los enemigos que deja la literatura?
Los lectores de lo que llamas el “mundillo cultural de Valledupar” van a caer en la tentación de buscar en el entorno a los personajes reales; pero, aunque Ciudad Espada puede estar inspirada en personas conocidas, mi pretensión es que se consolide como una obra de ficción, que pueda ser leída y disfrutada por lectores de todas las latitudes.
¿En Ciudad Espada la locura es un recurso literario?
La locura es el mejor recurso literario, siempre y cuando el escritor no pierda la cordura. Cervantes sigue siendo el mejor ejemplo.
¿A partir de obras como Ciudad Espada es posible hacer una distinción entre realismo mágico y realismo delirante?
Clasificar estilos y escuelas es un trabajo de los críticos literarios, más que de los escritores. Sin embargo, entiendo que el realismo mágico quedó circunscrito a García Márquez y que se puede distinguir de otros estilos como el realismo fantástico, lo real, maravilloso, etc. En este caso, me gusta la denominación de realismo delirante, porque como dijo el escritor Luis Barros Pavajeau: “Ciudad Espada se siente más cerca de Borges que de Gabo”.
En el capítulo IX, titulado ‘El francés busca la espada’, hay una especie de historia alternativa sobre el vallenato. Pensándolo bien, ¿será que en realidad el vallenato proviene de una alucinación?
El vallenato tiene efectos alucinantes. La conversación entre Guillermo Buendía y Pedro Abelardo fue interrumpida de manera abrupta y nos quedamos sin resolver muchos enigmas sobre el origen de esta música; pero algo hay de misterioso y sobrenatural, en el cual el diablo tiene las narices metidas.
En Ciudad Espada hay escenas narradas con un humor preciso, quizás magistral. ¿Cómo hiciste para construir esos episodios sin incurrir en el chiste flojo y vulgar?
Parecería petulante de mi parte, pero creo que el buen humor es un atributo de la inteligencia. Por eso admiro a Voltaire, al Tuerto López y a Ramón Illán Bacca, por no citar de nuevo a García Márquez y Cervantes. El Papa Francisco, un argentino atípico que parece más bien un abuelo costeño, hace referencia a que a Dios hay que pedirle buen humor, como en la oración de Santo Tomás Moro:
“Concédeme, Señor, una buena digestión,
y también algo que digerir.
Concédeme la salud del cuerpo,
con el buen humor necesario para mantenerla.
Dame, Señor, el sentido del humor.
Concédeme la gracia de comprender las bromas,
para que conozca en la vida un poco de alegría y
pueda comunicársela a los demás”.
Resulta evidente que en Valledupar prima el jolgorio sobre la luz de los libros. ¿La Biblioteca Subterránea es una metáfora sobre eso?
El jolgorio no es incompatible con la lectura. La Biblioteca Subterránea es más bien una metáfora de lo esencial de nuestra identidad. Nuestra historia, producto del encuentro de culturas, se cimentó en el culto a los libros, entre ellos el más importante de todos: La Biblia. Paralela a la tradición oral que a veces se pondera mejor porque es más extensa, Valledupar también tiene una tradición literaria que en el siglo pasado tiene referentes indiscutibles como José Francisco Socarrás y Pedro Castro Tres Palacios, entre otros. Actualmente hay nombres sobresalientes de la narrativa como Luis Barros Pavajeau y Alonso Sánchez Baute. Y obviamente un número considerable de buenos escritores que no han sido difundidos ni apreciados en su justo valor.
La religión es un asunto recurrente en tu obra poética y narrativa. ¿Qué te motiva a insistir en ese tema?
Nací el día de San Agustín de Hipona. Fui criado por un sacerdote, la maestra que me enseñó a leer había sido monja y mi madre rezandera de profesión. El poeta y amigo que más quiero y admiro es un exseminarista. Y creo que Dios ha sido excesivamente generoso conmigo.
Pensando un poco en el porvenir, ¿vas a seguir con la prosa o volverás a la poesía?
Hay experiencias extrasensoriales que son exclusivas de la poesía y que exigen un trabajo de alquimia. Son experiencias vitales e irrenunciables que trascienden el discurso. La prosa es más bien un juego abierto de posibilidades de esas mismas palabras sin transmutarlas, en el cual se conserva la naturaleza discursiva del lenguaje. Poesía y prosa son diferentes, pero no contrarias, entonces no hay que caer en ese falso dilema. Seguiré con la poesía y la prosa.
Fuente: El Pilon