Lo difícil en estos días es no enterarse, así sea superficialmente, de las noticias que vienen del sur de Rusia, específicamente de Ucrania. Es reconocido el movimiento de tropas rusas que, de conformidad con agencias de noticias estadounidenses y europeas, estaría ascendiendo a 100,000 efectivos. Es de tener presente el origen de las informaciones, dadas las diferentes versiones acerca de los motivos y contextos de los desencuentros.
Por otra parte, la OTAN concreta la entrega de recursos bélicos para el ejército ucraniano. En esto influyen los movimientos rusos que -siguiendo la política militar de acciones cumplidas- tomaron posesión de la península de Crimea en 2014. También Rusia indudablemente tiene sus intereses, los que pasan por consolidar un “área de influencia en Ucrania”. Al respecto es de recordar la posición estratégica de los territorios contiguos a los mares de Azov y Negro. Una importante vía de acceso al Mar Mediterráneo.
Fuera de toda duda, Ucrania se está convirtiendo en la amenaza de un polvorín que puede estallar. En ello tiene un papel vital, la volatilidad del escenario que se presenta. Posiciones antagónicas y retórica incendiaria no constituyen buenos presagios. Toda la dinámica pareciera -ojalá no fuera así- una remembranza de los movimientos previos que ocurrieron en los inicios de las mareas sangrientas, desembocaron en la Primera y Segunda Guerra Mundiales. En ese entonces, como se recordará, las tragedias directas comenzaron un 28 de junio de 1914 y 1 de septiembre de 1939, respectivamente.
Es de esperar que estos extremos trágicos no vuelvan a presentarse, pero para ello, los gobiernos deben encontrar fórmulas que allanen los diferendos y compensen intercambios. En una negociación hay que ceder y generar beneficios mutuos. No obstante, el armamentismo está presente y las soluciones de guerra a la mano cuando quienes mueren son soldados ajenos, todo ello en nombre de “la patria” o, en la más aciaga de las versiones, haciendo eco del llamado de monarquías enraizadas en varios países desde la Edad Antigua.
Por el momento el tono ha sido dominado por una frenesí de amenazas recíprocas, a la vez que se llevan a cabo esfuerzos por llegar a acuerdos, así sea provisionales. Los actores principales en el debate son los representantes de Estados Unidos, de Europa, además, obviamente, de Rusia y Ucrania; aunque últimamente China ha decidido apoyar a Moscú.
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En la misma línea de las últimas noticias, políticos desde Kiev, la capital ucraniana, se han inclinado por la activación del denominado “Cuarteto de Normandía”, en el cual participan representantes de Moscú, Ucrania, Francia y Alemania. Son esfuerzos que estarían a contrapecho de las posiciones más hostiles.
En medio de movimientos de tropas y armamentos, de lado y lado, es evidente que Ucrania pareciera estar culturalmente dividida. Una situación que afecta en lo fundamental las inclinaciones políticas. La región occidental del país se manifiesta más en pro de Europa y de los intereses estadounidenses. La región oriental, en particular los territorios de Lugansk y Donetsk manifiestan una fuerte tradición cultural e histórica muy cercana a Rusia.
Poder tomar esos territorios orientales puede estar en los procedimientos que ha considerado Rusia. En todo caso, más allá de los detalles, el punto focal del problema es éste: la OTAN incluyendo a Estados Unidos desea proseguir incorporando repúblicas que hasta 1991 fueron parte de la Unión Soviética. Rusia por su parte no desea -con mayor intensidad- ser cercada por la OTAN.
Un respaldo a lo anterior, en el sentido de tratar de equilibrar las posiciones, se puede encontrar en los pronunciamientos de Moscú en el sentido de establecer armas y con ello ubicar potenciales amenazas a Estados Unidos en Latinoamérica. Se menciona estrechar las relaciones militares con Nicaragua, Cuba y Venezuela. Son países que sólo en determinadas coyunturas pueden ser estratégicos, aunque es de reconocer que esas noticias no serían mal vistas por los gobiernos de estas naciones en su afán por atornillarse en el poder político.
Otro aspecto clave en este contexto de los actuales entresijos en Ucrania, se refiere a los Acuerdos de Minsk. Los mismos aparecen fundamentalmente como no operativos hasta la fecha; y como se recuerda, fueron subscritos en septiembre de 2014 y ampliados en febrero de 2015. La finalidad consistió en poner fin al conflicto con los territorios del este de Ucrania. Los resultados que se tienen en la actualidad se caracterizan por intercambios de reproches, mientras las escaramuzas militares ocurren en la región. Naciones Unidas sostiene que producto de ello habrían muerto unas 13,000 personas.
Adicionalmente, Moscú ha enviado tropas a Bielorrusia y Kazajistán. Se trataría de consolidar posiciones por parte de los rusos, a la vez que dejan claro su área de acción. De nuevo, los grupos gobernantes de esos países se sienten respaldados y continúan con su estancia al frente del poder. El caso sobresaliente de Bielorrusia ilustra muy bien este carácter. Pero no se confunda, es una situación que -guardadas las proporciones- sería análoga a la de regímenes que se muestran apegados a las posiciones estadounidenses en el hemisferio occidental.
Un peligroso juego de fuerzas con resultados imprevisibles se ha establecido en Ucrania. Una salida que podría vislumbrarse consistiría en establecer concesiones mutuas, de no agresión y de no incorporación del disputado país en la OTAN, al menos durante un lapso de unos 10 años. Eso es parte de lo que el Cuarteto de Normandía estaría discutiendo en febrero próximo.
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Facultad de Administración de la Universidad del Rosario
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Fuente: El Nuevo Siglo