Acaba de cumplir 56 años, pero afronta la vida con la misma pasión de siempre, la que esgrimía en sus tiempos de futbolista díscolo y ambicioso. Ha encontrado en el micrófono un medio para mantener intacta su relación con el fútbol y su voz desde Miami transmite vitalidad. Se trata de hablar de fútbol y Hristo domina la materia.
—¿Cómo es la vida de este Stoichkov comentarista?
—Mucho mejor que cuando jugaba. Más tranquilo. El fútbol fue mi profesión desde niño. Me pasé toda la vida luchando contra marea. No es fácil salir de un país comunista, cerrado. Supe ir paso por paso, lo único que me tuve que pasar al otro lado para poder hacer lo que quería hacer. Siempre escuché los consejos de mi abuelo, de mis padres, de mis entrenadores y nunca tuve prisa. Sabía que llegaría mi momento.
—Si como comentarista de Univisión es como era de jugador: valiente, frontal, pasional, sin término medio… sus televidentes estarán encantados.
—Procuro trabajar con imágenes porque las imágenes no hacen mentira. Me gusta explicar las cosas con pruebas. Es mucho más fácil el análisis futbolístico. No soy duro. Intento contar la realidad de lo que ha pasado y lo confirmo con esas imágenes. Me preparo bien. No llego al programa un minuto antes. Viajo por todo el mundo haciendo entrevistas y documentales. La gente me abre sus puertas. Stoichkov es querido. Aquí estamos cuatro ex jugadores: Iván Zamorano, Carlos Pavón, Félix Fernández y yo. Intento aprender todos los días. Tenemos los mejores narradores, los iconos del fútbol de este lado del Atlántico. Los futbolistas vemos cosas que ellos no ven y al revés. Soy feliz porque creo que todo lo que tenía que sufrir en la vida ya lo sufrí cuando jugaba.
—Su carrera como entrenador no fue muy larga. Desde fuera da la sensación de que salió corriendo…
—No echo de menos los banquillos. Viví un par de cosas raras, que me tocaron el corazón. No podía permitir que se manchara mi nombre por un partido. Por eso decidí alejarme de ese tinglado. Al final, siempre luché por mi país, por el Barcelona… Y a mí que venga gente que no es de mi deporte a decirme lo que tengo que hacer, esto y lo otro; ganar un partido, perder un partido… Eso conmigo no va. No quiero hablar más de ello. Se descubrieron cosas de cuando estuve en el Celta. Dos presidentes que hablaban por teléfono. Si gano, si pierdo. Así que pensé: váyanse a la mierda todos. En Sudáfrica me pasó igual. En el último partido si ganábamos éramos campeones, entró el presidente hablando otro idioma que ni entendí y al final perdimos el partido y el Campeonato. En la selección también me pasó igual… Y mi nombre no se mancha. Acepto que en el campo era bruto, que jugaba de tal forma, pero cuando me tocan el corazón, no lo aguanto.
—Es decir, que no lo volveremos a ver en un banquillo…
—No. Más que no. Puede ser en un despacho, de director deportivo; estar con los niños; algo en FIFA o en UEFA… pero banquillo, no.
—¿Echa de menos el Barça?
—Todo lo que me ha dado el Barça es imposible devolverlo. No hay dinero para pagar lo que este club hizo por mí, sacándome de mi país y luego dándome todo lo que me dio. Siento esos colores, siento a la gente de Cataluña que tanto me ha dado y me sigue dando. Nunca me dejaron solo, ni en aquel partido de la Supercopa contra el Real Madrid que pasó lo que pasó con Urizar. Lo que son las cosas, ahora tengo una buena relación con él. Es un buen hombre. Le invité a mi país. Después de tantos años tenía que hacerlo porque se lo debía y todo lo que sucedió me ayudó mucho después en mi carrera.
“No hay dinero en el mundo para pagar lo que el Barça hizo por mí. Es imposible devolverlo”
—¿Es lo único que borraría de su trayectoria?
—Sí, peor que ese pisotón no hubo nada. Acababa de llegar a Barcelona y eso ocurrió en diciembre. Mis compañeros, Johan, el presidente Núñez, el delegado Carlos Naval, José María Minguella, mucho más que mi representante… Todos me ayudaron muchísimo. Fue un mal momento. Me equivoqué y tenía que pedir perdón y lo hice.
—Hablemos de aquel vestuario, del dream team…
—Era un equipo muy unido, con solo tres extranjeros: Laudrup, Koeman y yo. Los demás eran nacionales. Era mucho más fácil acoplarte a la cultura, a la disciplina. Era un chico de 23 años que salía de Bulgaria y no conocía nada de Barcelona. Ni la cultura, ni el idioma, ni cómo se jugaba aquí… En el CSKA de Sofía jugaba donde me daba la gana y también ganábamos todo. Aquí fue todo distinto. Tenía que formar parte de un equipo. No podía jugar solo para mí. Al principio me costó, sobre todo en el tema de la posesión del balón. Quería que todos los balones me los dieran a mí. Yo tenía el contrato firmado con el Barcelona un año antes de llegar de verdad y no se lo dije a nadie, ni a mi familia. Tenía miedo de que se pudiera estropear. En esos meses me empapé del club, de su historia, de sus jugadores, de sus posiciones… En el campo, supe desarrollar las cosas que tenía. La velocidad, el gol, marqué 38 un año… pero tenía que aprender a jugar para el equipo y aprendí rápido que era uno para diez, no diez para uno. Aquí me di cuenta de que tenía que ayudar a los compañeros, para que ellos me ayudaran a mí… El equipo comprendió rápido mi forma de jugar. Koeman y Alexanco, desde atrás, con esos pases largos; Ferrer, igual cuando me mandaba balones al hueco; Pep, Txiki, Eusebio… Todos me entendían. En el campo no hablaba con nadie. Me valía con la mirada y nos entendíamos.
—Con Johan Cruyff se las tuvo tiesas… Dos personalidades muy fuertes frente a frente.
—Sí, pero no puedo reprocharle absolutamente nada. A veces se ponía duro tanto al hablarme, como en el entrenamiento. Te decía dos cosas que te dejaban helado, pero siempre le estaré agradecido por lo que hizo por mí y por mi familia. Siempre recordaré que un día se acercó y me dijo: escucha Hristo, voy a ayudarte a ganar el Balón de Oro. Y la noche que lo gané, estaba allí, a mi lado, llorando porque él sabía lo que había hecho por ayudarme. Nunca me escondí en los entrenamientos. Como entrenaba, jugaba. Johan me decía si te entrenas toda la semana bien, vas a jugar bien; si un día te entrenas regular y otro mal, vas a ser una mierda el fin de semana. Y lo entendí. Me brindó tiempo para que aprendiera y fue decisivo para mi carrera deportiva. Me cambió de posición, me enseñó como tenía que jugar al contragolpe, cómo me tenía que mover entre líneas… También puse mucho de mi parte.
—Las nuevas generaciones lo mismo no tienen muy controlado que usted ganó el Balón de Oro en el 94 por delante de Roberto Baggio, Paolo Maldini, Gica Hagi…
—Pues ya lo saben. Ese premio no es solo mío, es de mi mujer, de mis hijos, de mis padres, de mis compañeros, de los masajistas… Entonces conmigo diariamente trabajaban 20 personas y nunca olvidaré al preparador físico, Ángel Vilda, que trabajó muchísimo conmigo para que no me lesionara. Sabía todo sobre mi cuerpo y yo hacía lo que él me decía.
“Ojo, soy antimadridista deportivamente. Me peleé con todos dentro del campo. Quería ganar, como ellos”
—Si le recuerdo el nombre de Laudrup… ¿qué me contesta?
—Arquitecto. El hombre que me daba los pases con más elegancia.
—Y si le digo Romario.
—El mejor del mundo dentro del área. Uno contra uno.
—También jugó con Ronaldo Nazario.
—Diferente a Romario. A Ronaldo le gustaba partir de lejos de la portería y con su velocidad superaba a todos y llegaba hasta el área. Le vi goles maravillosos. Ese de Compostela, por supuesto, pero recuerdo más uno contra el Valencia, se metió por medio de los defensas…
—¿Con qué futbol se queda, con el de su época o con el actual?
—No cambio mi tiempo. Yo tenía un espíritu ganador. Antes solo había tres extranjeros por equipo, ahora hay muchos más. Creo que poco a poco se ha ido perdiendo la esencia de sentir tus colores.
—¿Por qué sufre tanto el Barça? Cada vez que ocurre algo fuera de lo normal, allí que está Stoichkov para poner en su sitio a Griezmann, a Dembélé…
—Porque siento esos colores. No hay más. Soy muy del Barça, me ha acogido como a un hijo. Es mi vida. Lo llevo dentro, sufro. Cuando te pones esa camiseta tienes que saber por qué te la pones y que tienes que defenderla porque hay 100.000 personas en el campo. Esa gente quiere ver espectáculo. A veces no te sale, es verdad, porque el contrario también juega.
—¿Con Laporta se lleva bien?
—Me llevo con todos bien, pero no me caso con nadie. Cuando yo jugaba Laporta era aficionado. La amistad no la compro. Vales o no vales.
—¿Volverá algún día a trabajar en el club?
—Noooo, de momento no. Estoy bien donde estoy. Soy feliz.
—Desde Miami también se ve que este Barça de Xavi mejora adecuadamente… Contra el Nápoles alcanzó su máxima expresión.
—A Xavi le conocí cuando era pequeño-pequeño. Estaba con Puyol, Piqué, Messi… Eran niños de la cantera. Me parece una persona bien preparada. Sabe cómo se recorre el camino en ese club. Pasó por todas las categorías. Sabe perfectamente cómo se jugaba en su época, pero claro, ahora como entrenador, lo tiene que trabajar con los jugadores. No podemos esperar que salga una vara mágica que lo arregle todo… Pero el partido de Nápoles puede significar un antes y un después.
—Se supone que le van a dar tiempo y ya le han mejorado la plantilla.
—El tiempo lo va a necesitar. Ahora después de tres meses ya conoce a todos los jugadores; dónde puede poner a cada uno. Veo un equipo joven que necesita tiempo. Necesita perder, ganar, sufrir. Así crecerá y podrá competir todos los partidos, que es lo más importante en el fútbol. El dream team estuvo dos años construyéndose hasta que al final Johan encontró el equipo que buscaba y llegaron los resultados. Cuando llegó Pep, el primer año se sufrió, pero en cuanto encontró la tecla y cada jugador hizo lo que le pedía el entrenador, todos sabemos lo que hizo. Seis títulos en un año no están al alcance cualquiera. Luis Enrique sacó la misma dinámica, sacando el mejor provecho de cada jugador. Xavi lo tiene todo. Tiene tiempo por delante para trabajar bien, para enseñar las cosas que necesita nuestro club, porque nuestro club no es fácil. Tienes que jugar diariamente para ser el mejor. Puedes ganar un partido al Madrid, al Atlético… pero lo difícil es mantenerte muchos partidos para que el contrario no pueda seguir tu ritmo. Xavi tiene jugadores de calidad, pero muy jóvenes, necesitan un tiempo para entender. Como les pasó a Xavi, Iniesta, Busquets… en su día. LaLiga este año no se puede ganar, el objetivo es estar entre los cuatro primeros y que los jugadores aprendan la filosofía de fútbol del equipo. Creo en Xavi, y creo que lo va a hacer bien. Le deseo suerte porque siente los colores como yo.
—¿No le dio un poco de pena por cómo salió Koeman del club? Fue compañero suyo, tienen una buena amistad…
—(Suspira hondo) Ronald y yo hablábamos cada lunes, cada martes… No solo cuando ganaba, también cuando perdía. Aprovechábamos nuestra amistad. Yo tengo el privilegio de tenerla y no me gustó cómo se hizo todo. Sabiendo todo lo que había pasado, que se fue Messi, que sacó jugadores jóvenes… Se le pedían resultados inmediatos. Eso es imposible. No me gustó tampoco el planteamiento de decirle que si no encontraban otro entrenador se quedaría unos meses más. Eso me dolió muchísimo. Si hubiese sido Ronald, yo hubiera dicho que me iba. Ronald es un mito para toda la vida para el barcelonismo y no solo por el gol de Wembley, ese gol es casi lo de menos. Lo más importante es todo lo que hizo por el club, las lesiones que sufrió por el club. Siempre dio la cara y Ronald no se merecía ese trato. Tenía que haber levantado la mano y marcharse. No me gustaba cómo se le trataba. Esas imágenes cuando se perdió el partido contra el Madrid que la gente le escupía en el coche… Al final esa imagen habla mal y sufrí mucho. Cuando se gana todos somos cojonudos y cuando se pierde hay un culpable. No. Somos Barça, somos un club señor y tenemos que comportarnos así. Esas imágenes no me representaban hasta el punto de que hubo programas en mi televisión en los que no quise estar porque hubiera sido muy duro con lo que estaba pasando.
“Lo peor de mi carrera fue el pisotón a Urizar, acababa de llegar. Le pedí perdón y le invité a Bulgaria”
—¿Su trabajo actual todavía no le ha llevado nunca al Bernabéu? Porque en sus buenos tiempos usted y los jugadores del Madrid se llamaban de todo, menos guapo.
—No me toca, le mando a Zamorano. Mi época no la puedo borrar, las cuatro Ligas consecutivas, las Copas, la Copa de Europa… y el Madrid era ya el gran rival cuando llegué y no le podíamos ganar. Ellos venían de cinco Ligas consecutivas y nosotros conseguimos todo lo que conseguimos contra ellos. Pero nada más. Lo que pasaba en el campo allí se quedaba.
—Pero no me diga que no le gusta presumir de ser antimadridista.
—Deportivamente, ojo. Era nuestro gran rival, se lo he dicho. No confundamos. Que me peleé con Míchel en el terreno de juego, con Fernando Hierro, con Zamorano… Sí. Claro yo quería ganar como ellos. Quería ser el mejor. El día que pasó aquello con Zamorano, cenamos juntos en Barcelona. Se fue al día siguiente para Madrid. Tengo amistad con ex jugadores del Real Madrid. Por ejemplo, para mí Butragueño es Don Emilio, un tipo excelente. Pregunte a Hierro. Ahora con Iván tenemos amistad de verdad. Yo la amistad nunca la compro porque es falso. Yo la demuestro. El problema es cuando no me conocen y hablan de mí. Y por allí, por Madrid, hay gente que no se ha tomado ni un café conmigo y hablan de mí como si me conocieran.
—Un día, en confidencia, contó que el Real Madrid le quiso fichar, que Mendoza le ofreció un cheque, lo rompió y dijo que nunca jugaría allí. Después cuando jugó en el Parma, en 1996, antes de volver al Barcelona, también pudo fichar por el Atlético.
—Sí. Hubo algo, pero en el contrato que me hizo Gaspart, el Atlético era uno de los clubes por los que no podía fichar. O al menos eso fue lo que me dijeron. Hablé con mi compatriota Penev, que jugaba allí y yo sabía que Don Jesús, que en paz descanse, tenía el sueño de que un día Futre y yo hubiéramos jugado juntos en su equipo. No se pudo hacer y regresé al Barcelona a seguir disfrutando.
Fuente: AS