¿Ha cumplido China su promesa sobre Hong Kong?

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Al llegar a la medianoche del 30 de junio de 1997, cuando Hong Kong pasaba tras 156 años de dominio británico a manos británicas a chinas, el diputado prodemocracia Lee Wing-tat se asomó con sus compañeros al balcón de la asamblea legislativa municipal con una pancarta de protesta.

Se cumplen 25 años de esa fecha y la ciudad se encuentra en el teórico ecuador de “Un país, dos sistemas”, el modelo de gobernanza acordado entre Londres y Pekín para que la ciudad conservara su autonomía y sus libertades.

Previsto para 50 años, la vigencia de este principio está más cuestionado que nunca por la represión impulsada contra la disidencia en la ciudad. Pero la batalla empezó desde el primer minuto de la retrocesión.

Entrado el 1 de julio, Lee y muchos de sus compañeros se quedaron sin escaño, sancionados por China por apoyar los intentos de última hora del gobernador británico Chris Patten para democratizar el territorio.

Aún sin escaño, se quedaron en la asamblea para protestar por la expulsión. Otros opositores acudieron a la ceremonia oficial del traspaso en una muestra de buena voluntad, pero luego se sumaron a la protesta.

“Este es un momento del que toda la población china debería sentir orgullo”, dijo entonces en un discurso Martin Lee, fundador del Partido Democrático de Hong Kong. “Esperamos que Hong Kong y China puedan progresar juntos”.

Lee Wing-tat no compartía la confianza. “Ya no éramos tan optimistas y ya no creíamos que tendríamos una democracia plena”, explica a AFP.

Sus temores parecen confirmados un cuarto de siglo después. Entre arrestados por la ley de seguridad nacional de 2020, descalificados por el nuevo sistema electoral o exiliados como él, ya no quedan diputados opositores en Hong Kong.

Desconfianza creciente

Como muchos, Lee se ilusionó en 1984 cuando la Declaración Conjunta Sino-Británica encaminaba al fin de más de 150 años de poder colonial de Londres.

“Un país, dos sistemas” prometía un alto grado de autonomía e independencia judicial a la ciudad, cuyo líder sería ungido por Pekín en base a elecciones o consultas locales.

El entonces líder chino Deng Xiaoping “dijo muchas cosas como +la gente de Hong Kong administrará Hong Kong+, lo que era persuasivo”, dice Lee.

Pero la mortífera represión del ejército contra los manifestantes de la plaza Tiananmen de Pekín en 1989 terminó con su fe en el Partido Comunista.

Y el recelo no ha hecho más que crecer desde entonces. El bando prodemocracia ve al poder chino como autoritario y despiadado que niega a Hong Kong los derechos prometidos. Y el Partido Comunista interpreta sus demandas como un desafío a su soberanía.

Las protestas masivas se han sucedido. A veces han conseguido que el gobierno dé marcha atrás en proyectos controvertidos, como en 2003 y 2012, pero los pedidos a una democratización de la ciudad, como la Revolución de los Paraguas en 2014, terminaron en nada.

La tensión acumulada estalló definitivamente en las masivas y a menudo violentas protestas de 2019, a las que China respondió con una amplia represión que ha transformado una ciudad antaño irreverente.

“Fuerzas externas”

China ha roto la declaración conjunta y está tratando de eliminar vengativa y exhaustivamente las libertades de Hong Kong porque las ve como una amenaza” a su poder, dijo la semana pasada  Patten, el último gobernador británico.

Pero para Leung Chung-ying, jefe ejecutivo de Hong Kong entre 2012 y 2017, las acciones de las autoridades de los últimos tres años no fueron excesivas.

“No puedes decir: +Queremos un alto grado de autonomía y que tú te mantengas a parte+. Esto sería la independencia de facto de Hong Kong”, dijo.

Leung, que se enfrentó a la Revolución de los Paraguas, atribuye la agitación social al engaño de la población por parte de algunas figuras políticas y a la incomprensión de la miniconstitución del territorio. También sugiere la implicación de “fuerzas externas”.

En sintonía con Pekín, Leung describe el “Un país, dos sistemas” como un éxito y asegura que el modelo puede seguir más allá del plazo de 50 años.

Pero muchos hongkoneses recelan. La confianza en este modelo cayó a un mínimo histórico a mediados de 2020, según sondeos realizados desde 1994 por el Instituto de Investigación de Opinión Pública.


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Algunos como Herman Yiu, un joven político ha perdido toda esperanza en poder cambiar el sistema. “Al haber nacido en 1997 (…), sentía que mi destino estaba conectado al destino de Hong Kong. Quería participar para mejorar el país”.

Recién graduado, Yiu formó parte de la amplia victoria del bando prodemocracia en las elecciones de distrito de 2019. Pero en junio de 2020 fue cesado como muchos otros políticos disidentes.

“Creo que el énfasis de +Un país, dos sistemas+ está en el +un país+”, argumentó Yiu, al tiempo que agregó que “estoy desesperanzado, por Hong Kong y por mi”.

Incertidumbre económica

Edmond Hui era hace 25 años un operador en la bulliciosa bolsa de valores, testigo del vertiginoso crecimiento de una ciudad en la encrucijada entre Asia y Occidente.

En el traspaso, China prometió a Hong Kong que podría mantener su sistema capitalista por 50 años, un acuerdo que ha ayudado a la ciudad a convertirse en uno de los principales centros financieros del mundo.

Sin embargo, en el ecuador de este plazo, nubes de incertidumbre se ciernen sobre la economía de una ciudad dependiente de una China cada vez más aislada y con dificultades para recobrar el prestigio dañado por la agitación política y el cierre de fronteras durante la pandemia.

Hui, ahora director ejecutivo de una correduría de bolsa con 300 empleados, asegura que el mercado después del traspaso a Pekín experimentó un cambio drástico y se enfocó más que nunca en China.

“Antes de 1997, el capital extranjero suponía la mitad del mercado”, dice. “Después de 1997, las cosas cambiaron gradualmente hasta que todo el mercado está respaldado por capital chino”, afirma.

El ascenso meteórico de China en las últimas dos décadas ha comportado jugosos beneficios para Hong Kong como enlace entre estos dos mundos: las empresas continentales acudían a buscar financiación y los negocios extranjeros lo usaban como puerta a la que ahora es la segunda economía mundial.

“Hong Kong era una especie de niño modelo del comercio libre y los mercados abiertos”, dijo la veterana política pro-Pekín Regina Ip a AFP.

Pero vincular su destino a China ha llevado también a temores de una sobredependencia y complacencia.

Las compañías chinas significaron un 80% de la capitalización del mercado en la bolsa de Hong Kong este año, contra solo un 16% en 1997.

Y las firmas del continente ocupan siete de las diez primeras posiciones del selectivo Hang Seng, que solía estar copado de empresas locales como la aerolínea Cathay Pacific o Television Broadcasts Limited.

Mientras, el peso de Hong Kong en el PIB del gigante asiático ha pasado del 18% en 1997 a menos del 3% en 2020.

Hui reacciona a estos cambios encogiéndose de hombros. “Solo es cuestión de cambiar quién es el jefe”, dice. “Solo podemos esperar que el impulso de nuestro país supere el de Europa o de Estados Unidos”, añade.

Junto al crecimiento del poder político y económico de China en las últimas décadas, también aumentaron las tensiones de Pekín con Occidente, que han repercutido en esa isla, calificada como la puerta de entrada de China.

La represión alentada por las autoridades comunistas en la ciudad tras las masivas protestas prodemocracia de 2019 llevó a Estados Unidos a revocar el estatuto preferencial de comercio a Hong Kong argumentando que ya no era suficientemente autónoma.

La potencia norteamericana también sancionó algunos funcionarios de la ciudad, entre ellos el que será su jefe ejecutivo John Lee a partir de este viernes.

“En 1997, podíamos desempeñar el papel de un intermediario muy importante. Pero ahora (…) todo el mundo tiene dudas sobre nuestro trasfondo”, dice Yan Wai-hin, profesor de economía en la Universidad China de Hong Kong.

Advierte que rivales regionales como Singapur buscan aprovechar lo que ven como una oportunidad para reemplazar a Hong Kong, especialmente después de la pandemia./

Fuente: El Nuevo Siglo