Vandalismo sigue asustando a vecinos del Portal Américas

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Hoy se percibe una calma relativa pero frágil en las inmediaciones del Portal de las Américas. Disturbios intermitentes, que van y vienen, son un recordatorio constante para los vecinos de esta zona, y a quienes hoy les inquieta la llegada de una fecha: el próximo 28 de abril, día en el que se cumple un año desde que comenzó la protesta social. Temen, y con razón, que una suerte de “aniversario” destruya una paz artificial bajo la cual late la revuelta.

Tal es el caso de Patricia Herrera, quien llegó a Bogotá hace 12 años y desde aquel entonces ha vivido en la localidad de Kennedy, los primeros dos años cerca al monumento de Banderas, y los últimos 10 en el barrio Recreo, que queda a no más de ocho cuadras del Portal Américas.

Patricia, oriunda de Armenia y quien sobrevivió al terremoto de 1999, llegó a esta zona de Bogotá porque una familiar de su esposo vivía por ahí “y nunca en esa década hubo momentos tan difíciles como los que comenzamos a vivir en abril del año pasado”, comenta ella, quien hoy trabaja haciéndole el aseo a un apartamento ubicado al norte de la ciudad, en donde también se encarga del cuidado de una bebé.

Pero es triste, porque desde que nació Marcela, la bebé de ya casi dos años que lleva cuidando prácticamente desde que llegó al mundo, tuvo que separarse de sus hijos durante los últimos ocho meses a raíz del paro. Ellos, su niña de nueve y su hijo de 11, se fueron a vivir “temporalmente” con la mamá de su esposo, que reside cerca de la estación de Banderas, para protegerlos de los disturbios.

De hecho, solo hasta noviembre regresaron a su casa y ella realmente espera que este año no tengan que acomodarse de la misma manera. Y es que esa ausencia para Patricia no fue fácil. Durante los últimos nueve años ella se desempeñó como ama de casa, pero con la llegada de la pandemia se hizo necesario que también trabajara y después vino la separación.

“Para mí era más fácil llegar a Banderas, verlos un ratico y esperar a que mi esposo llegara por mí. Fue una separación dura. Lo maluco de eso es que, aunque a ellos les evitamos los disturbios, sí quedaban preocupados por nosotros, por cómo llegaríamos a la casa: ‘Nos chatean apenas lleguen, no pasen por el portal’… A la inversa. Como si estuviéramos saliendo de fiesta y ellos fueran los papás”.

La movilidad, una pesadilla

Y eso fue, sin duda, lo más complejo: la movilidad al interior del barrio así como lograr entrar y salir del mismo. La “pesadilla”, como se refiere esta vecina del portal a lo que se vivió y que le atemoriza volver a vivir, comienza siempre a la misma hora: las cuatro de la tarde, cuando los manifestantes empezaban a levantar las barricadas en las calles, hechas de llantas acostadas y bicicletas, y que han dejado marcas en las calzadas.

“En ocasiones lo cierran todo. Al comienzo nos dejaban pasar por la Avenida Villavicencio, para los que íbamos a tomar la Avenida Ciudad de Cali pero siempre con permiso de ellos. Los buses sí cancelados y ya entre las 6:30 y 7:00 es imposible pasar. Ojalá bloquearan solo el portal. Terrible pero uno buscaría otras vías de acceso. Pero no… Se esparcen por todo lo que llega, sale y está cerca del portal, a decir la Cali, la 86, la Villavicencio y la nueva avenida Bosa. No tenemos por dónde pasar”, recuerda Patricia.

No obstante, y lo rememora con algo de risa, la primera vez que a Patricia le golpeó la realidad del transporte en el marco de las protestas fue una noche en la que llegó a Banderas, los bajaron allí porque el portal de Las Américas ya estaba cerrado, y en el trayecto de aproximadamente 10 minutos a pie hasta el portal, logró tomar un bicicarro que la dejó en la esquina de su casa y que, cuando cierran el portal llega a valer entre $5.000 y $7.000 pesos (usualmente cuesta $1.500).

Con su esposo, que es independiente y trabaja diseñando estructuras metálicas, acordaron que en adelante cada vez que cerraran el portal él iría a recogerla a Banderas, pues en una de las últimas ocasiones, en su trayecto hasta la casa, tuvo que ocultarse de las peleas que tenía encima y duró varias horas tratando de quitarse el olor de los gases lacrimógenos.

“Después de ese día, que no le comentamos a nadie de la familia para no preocuparlos, mi esposo me ha recogido en Banderas pero en un trayecto de 30 minutos nos hemos llegado a demorar hasta tres horas”, agregó Patricia, a quien hoy por hoy le preocupa que unos disturbios los coja en un día de Pico y Placa. “Si el 3 de mayo la cosa se complica prefiero perder el día de trabajo y no moverme de la casa”, precisó.

Con un bebé a cuestas

No obstante, Patricia agradece hoy que sus hijos se mantuvieran resguardados y que nunca les tocara llegar a casa a pie en medio de una lluvia de disturbios con uno de ellos de la mano. A ellos no les tocó, pero ese sí fue el caso de una jovencita con la que habló en una de las noches de violencia, antes de que el Transmilenio las dejara en Banderas.

“Iba con un niño al que le habían acabado de sacar un par de muelitas y estaba con la carita muy hinchada. Y bájese en Banderas, con ese frío a caminar porque no hay paso al portal. Yo le dije que por ahí pasaban carritos de esos de última milla y algunos buses, pero realmente no sé qué le terminó de pasar”.

Y recordando a esa mujer con la que tuvo una conversación furtiva en un Transmilenio antes de que la bajaran, no pudo dejar de sentir la ira que le produjo, varios días después “el peaje” que tuvo que pagar para acceder a la calle de su casa.

“No por la avenida sino por las casas vimos la primera barricada. Mi esposo dijo: ‘desviémonos’. Unas cuadras más adelante, para pasar de la Primera de Mayo al Portal Américas, nos pidieron plata para gasolina. Ellos mismos nos decían: ‘Está cerrada la vía’ y pues claro que está cerrada si atraviesan bicicletas. Y para pasar nos piden que ‘colaboremos’ con la gasolina. En esa ocasión nos pidieron 2.000 pesos, otras veces han sido 5.000 y en otras ocasiones ‘las monedas que tengan’. Uno no tiene por qué dar ni 50 pesos para eso”. Pero es mágico: pagas, quitan las ciclas y puedes pasar”, comentó.


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La vecina que se fue

Ahora, quien durante varios años fue una amiga entrañable de Patricia, Arelis, vivía a no más de una cuadra del portal cuando comenzaron los disturbios. Hoy por hoy ella sigue viviendo con su hija y con sus dos nietos, una niña de seis años y un niño de cuatro, pero en otro lado de la ciudad, pues a raíz de los disturbios tomó la decisión de irse.

“No fue fácil. Irse no fue fácil. Pero a las cuatro de la tarde me tocaba comenzar a poner trapos húmedos en las ventanas y aún así se entraban los gases lacrimógenos. Mis nietos lloraban todo el tiempo, con temor a que fuera a pasarles algo, muchas noches ahogados, vomitando… Yo les daba mucha leche, que sí alivia. Pero al final nos fuimos”, le dijo a este medio de comunicación Arelis, quien añadió, con lástima y vergüenza, que en más de una ocasión tuvo que encerrarlos en el baño con trapos húmedos para resguardarlos del ruido y del olor.

Arelis también trabaja en el norte, en una remontadora de llantas, y está tranquila porque a donde se fueron pudieron encontrar cupos escolares para sus nietos.

Pero como ella, hubo muchos afectados a raíz del vandalismo en la tierra de nadie que durante meses fue el portal de Las Américas. Son miles las voces de los vecinos que, no queriendo enfrentamientos, tuvieron que padecer un estallido social que se ensañó en la especificidad de portales como este, como el de Suba y como el de Usme.

“La tía de mi esposo tiene un apartamento cerca de Chicalá. Ella lo tenía alquilado y su esposo tenía un local ahí, en el conjunto, y no pudo mantenerlo abierto porque comenzaron a pedirle vacuna para que lo pudiera operar. Sé que entregó el apartamento, el local y se fueron a otro lado pero no sé a dónde. Es pan de cada día”.

Y lo es. En los barrios aledaños quedaron marcados los excesos del año pasado, y aunque el Portal quedó perfecto, “todo en plástico”, a las calles todavía les falta mantenimiento. “¿No ves que las rompieron para sacar piedra. En la bomba de gasolina que tenemos cerca de la casa, la pistola de la gasolina está enrejada para que no se roben la gasolina y hay una estación de Transmilenio que sencillamente ya no existe; la borraron del mapa. Es otra ciudad”, comentó.

“Tú caminas por mi barrio y ves ‘se vende’, ‘se vende’, ‘se vende’, pero ¿quién va a comprar? A mi tía le pagaban un arriendo en 600 mil y sé que lo tuvo que bajar. Está compleja la cosa y hay que esperar al 28 de abril a ver qué pasa”, finalizó Patricia, quien teme por los días venideros.

Fuente: El Nuevo Siglo