Xavi: cien días subido a una montaña rusa

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Hay una norma no escrita que blinda a cualquier persona que llega a un trabajo nuevo con cien días de plazo para acabar de adaptarse a sus nuevas funciones. En el mundo del fútbol esta teoría es simplemente una falacia, ya que cien días son una eternidad, por lo que el tiempo para juzgar el trabajo empieza desde el día siguiente que se firma el contrato. Y más aún si eres una persona que conoces perfectamente la idiosincrasia del club, entonces el crédito se agota prácticamente desde el minuto uno.

A Xavi le empezaron a señalar incluso antes de que firmara su contrato con el FC Barcelona. Desde que se conoció que una comitiva blaugrana, encabezada por el vicepresidente Rafa Yiste y el director de fútbol, Mateu Alemany, se había desplazado a Doha para intentar cerrar la incorporación de Xavi como nuevo entrenador del primer equipo, las voces autorizadas, y las no tan autorizadas del entorno blaugrana, empezaron la guerra de sables. Por un lado, los que todavía tenían muy presente la destitución de Ronald Koeman, para señalar la poca experiencia de Xavi como entrenador, mientras que los altavoces de la caverna mediática ponían el dedo en la llaga sobre que la Liga qatarí era prácticamente una competición entre solteros y casados, y el resto aplaudía el regreso de Xavi como si fuera el Mesías del estilo de juego blaugrana.

Con este ruido de sables empezó Xavi su aventura en el FC Barcelona. Con muy poco tiempo por delante para preparar el primer partido, ante el Espanyol en el Camp Nou, ya que buena parte de la plantilla estaba con sus selecciones. El técnico, acompañado de un staff de gente comprometida y leal, empezó a dibujar todas las líneas maestras para dar un giro radical al equipo.

Xavi, en el acto de su presentación.

Una de sus primeras decisiones fue meter mano a los servicios médicos, señalados por una falta de profesionalidad evidente en la gestión del algunas de las lesiones, con la salida de un total de nueve personas. Esta primera criba tuvo como paradigma el despido fulminante de Juanjo Brau, fisioterapeuta jefe del primer equipo, al que se le apuntaba como principal responsable de la sangría de recaídas en el club, con el canario Pedri como gran detonante.

Tras una presentación multitudinaria en el Camp Nou, donde compartió las ovaciones de unaafición entregada con Joan Laporta, empezó la tarea de reconstruir un equipo que estaba sumido en un pozo profundo de resultados y juego. Las primeras decisiones, consensuadas con Alemany, tenían la plantilla como principal objetivo: había que empezar a hacer una limpieza profunda en el vestuario. Empezaron los descartes, como el austríaco Yusuf Demir o el brasileño Philippe Coutinho, mientras que se apostaba por la juventud de Gavi y Nico desde el primer minuto, con el apoyo fundamental de los capitanes, con Sergio Busquets como brazo armado del proyecto.

Xavi da instrucciones a Gavi.

Se instalaron unas normas estrictas para evitar desmanes y que ponían a los jugadores en su sitio, instaurando de nuevo las multas y obligando a hacer una vida más completa y profesional como futbolista en la Ciutat Esportiva. Piqué fue el primero que quiso evitar sentirse señalado desde el primer día y canceló algunas entrevistas que tenía pactadas para promocionar la Copa Davis en Madrid.

Pero muy pronto empezaron a llegar las primeras críticas, desde una parte del entorno que aguardaba con el cuchillo afilado cualquier traspié: tras dos victorias consecutivas en LaLiga (Espanyol y Villarreal) y una sorprendente derrota en casa (Betis), apareció en el horizonte el Bayern de Múnich. Xavi, enganchado a un optimismo recalcitrante, invitaba a sus jugadores a una gesta en el Allianz Arena. Laporta se unió a esta cruzada, teñida de una euforia irreal, arengando al equipo a clasificarse para los octavos de la Champions. En el campo se vivió la cruda realidad de una plantilla mal planificada y pensada, con una derrota inapelable y sin matices: 3-0.

Xavi, en el Allianz Arena.

Tras el varapalo en la Champions, el ambiente se volvió a enturbiar, con la palabra “fracaso” en boca de algunos. En Madrid se frotaban las manos, mofándose del ‘efecto Xavi’ y hasta asegurando que no se veía ninguna diferencia entre el Barça de Xavi y el de Koeman.

El técnico se escudaba en que necesitaba tiempo para ordenar una plantilla desequilibrada en todas sus líneas, reclamando además la necesidad de refuerzos. El primero no tardó en llegar, un veterano Dani Alves, que llevaba tiempo ofreciéndose, aparecía descalzo en su presentación en el Camp Nou para disfrutar de su nueva aventura. Sin embargo, por cuestiones contractuales, no podía ser inscrito hasta el mes de enero.

Mientras, el equipo iba sorteando como podía sus partidos en LaLiga, con empates ante el Osasuna y Sevilla, y victoria agónica contra el Elche. Resultados que acercaban al equipo al objetivo de acabar en la zona Champions, aunque de forma más lento de lo esperado.

Xavi, en el partido de Supercopa ante el Madrid.

En enero se abría el mercado y empezaron a consumarse las altas y las bajas. Ferran Torres llegaba como una apuesta personal de Xavi, que tenía a Álvaro Morata entre ceja y ceja. En las salidas un nombre propio aparecía en el horizonte: Ousmane Dembélé. El francés, tras jurar y perjurar que se quería quedar, dejaba en manos de su agente, Moussa Sissoko, las negociaciones con el club. El problema es que el representante tenía otras ideas con su cliente y empezó a dar largas, hasta que Alemany se cansó y le envió un ultimátum, refrendado por el técnico: “O renuevas o te vas”.

Pese a este conflicto abierto, se consiguió traer a Adama Traoré y Pierre Emerick Aubameyang para reforzar un ataque debilitado tras el adiós del Kun por problemas cardíacos y una nueva recaída de Ansu Fati. La excelente relación de Xavi con Alemany y Jordi Cruyff, ejecutivo del área deportiva, le permitió gestionar desde el consenso una lista de refuerzos que han acabado siendo muy de su agrado, pese al final no haber podido traer al más deseado de todos: Morata.

Xavi y Dembélé.

Xavi ha tenido también que soportar una derrota ante el Real Madrid en la Supercopa, pese a que se mereció más, con una prórroga incluida, y la eliminación de Copa ante el Athletic, con otra prórroga mediante. Y, para colmo, ha tenido que gestionar el ‘affaire’ Dembélé, convenciendo a los pesos pesados del club, gracias a su vehemencia, que sería contraproducente tener a un jugador en la plantilla y no poder contar con él.

Su afán por unir al grupo y convertir al vestuario en una piña se constató desde el primer día, fomentando sesiones más amenas, con juegos y pruebas organizadas por su staff, que han tenido una gran acogida entre los futbolistas. Además, se han multiplicado las reuniones individuales con los jugadores y las sesiones tácticas.

Ahora mismo, tras los primeros cien días al frente del FC Barcelona, la sensación es que el camino de la reconstrucción está en marcha. Aún faltan muchas piezas por encajar, pero los resultados y el juego poco a poco empiezan a llegar: el equipo ya está en zona Champions tras sumar 22 puntos en 11 jornadas y se estrena este jueves en la Europa League ante el Nápoles.

Pero de estos tres meses, que parece que han sido un año, hay una vivencia que guarda con especial cariño: la velada con Leo Messi, coincidiendo con la celebración de su 42 aniversario. Una cena de dos cracks, donde el Barça estuvo muy presente.

Fuente: AS